El gran dictador

El gran dictador

(Charles Chaplin, 1940)

Por José María Caparrós (1943-2018). Fue Catedrático de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona y Fundador del Centre d’Investigacions Film-Història. Texto de Caparrós, J. M. (2004). Cien películas sobre Historia Contemporánea. Alianza, pp. 368-373.

Guerra de 1914. Un barbero judío –soldado alemán– que prueba el célebre cañón Bertha, saldrá gravemente herido de una batalla tras salvar a un aviador. Muchos años después, marchará del hospital, curado pero amnésico.

El dictador Hynkel, que ha alcanzado el poder en Tomania, enardece con sus mítines al país. Y sus tropas asolan y saquen el barrio hebreo donde el barbero tiene su local. Otro dictador, Napoloni, visita Tomania para entrevistarse con Hynkel. Los judíos aterrorizados, abandonarán el gueto.

El humilde barbero, que ha sido salvado de la muerte por Schultz –el antiguo aviador al que ayudó durante la Primera Guerra Mundial–, es confundido con el dictador Hynkel y llevado al estrado oficial, tras la invasión de Checoslovaquia. Allí, ante la consternación de todos, no pronunciará un discurso nazi, sino que hará una apelación a los hombres, en demanda de la libertad y la paz, diciendo al final a su amada: “¡Mira, Hannah! Las nubes se desvanecen. El sol se abre camino. Salimos de las tinieblas a la luz. Salimos a un mundo nuevo, donde los hombres se alzarán sobre sus apetitos, sus odios y su brutalidad. ¡Mira, Hannah! El alma del hombre tiene alas y por fin comienza a volar. Vuela en el arco iris hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro glorioso que te pertenece a ti, a mí, a todos nosotros”.


Valoración crítica

El gran dictador es una auténtica obra de arte. Con una estética muy depurada, muy próxima al cine “mudo”, sus reconstrucciones históricas –como ese frente de la Gran Guerra en la primera secuencia del film– son extraordinarias. Y luego, en la Alemania nazi, los decorados y la ambientación son perfectas. La poesía está ensamblada con la sátira, el buen gusto con la denuncia cruel, el romanticismo con el fanatismo político y el lirismo con la caricatura. Recuérdese, si no, cuando Hynkel baila con un globo terráqueo –como el famoso que tenía Hitler– y, finalmente, le explota en la cara; o la escena de la peluquería, cuando el barbero recuerda su oficio y afeita a un cliente acompasado con la Danza húngara de Brahms. Chaplin demostró que era un gran artista; el artista, por excelencia. (Para una breve valoración de este genio del Séptimo Arte, cfr. Caparrós Lera, J. M. 100 grandes directores de cine. Madrid: Alianza, 1984, pp. 72-78).

Charles Chaplin interpreta aquí dos papeles: el Charlot de siempre, que es el judío perseguido, el eterno vagabundo y filósofo, ahora barbero amnésico desde la guerra del 14; y el Hynkel (nombre que da al Führer), de quien hace una inmejorable interpretación, la cual ha cobrado valor con el tiempo (el rostro de Chaplin-Hitler ya es historia), junto a esa imitación de los discursos, gestos y ataques. Está francamente magistral.

Asimismo, crea un espléndido Benito Mussolini (encarnado por el actor Jack Oakie), con esa impresionante llegada a Berlín, entrevista de los dos dictadores e ingeniosa firma del Tratado, dentro de la mejor tradición del género burlesco de Hollywood. Chaplin nunca dejó de hacer cine cómico, de divertir al público a la vez que le obligaba a pensar.

Con todo, El gran dictador dividió a los críticos de la época. Así lo cuenta el especialista Homero Alsina Thevenet:

Una gran mayoría alabó las secuencias más importantes, como la del globo terráqueo, que tenía gracia y sentido, o como la entrevista entre Hynkel y Napoleoni, donde este visitante es colocado por su anfitrión en una silla más baja que la propia, para humillarle de antemano. También fue muy mencionada la secuencia en que el barbero judío afeita a un cliente al compás de la Danza húngara de Brahms; ese episodio es ajeno a todo sentido político, pero es una pieza maestra de actuación cómica. Se formularon objeciones de todo orden. Las menores señalaban que el humor parecía muy elaborado y poco espontáneo en muchas escenas, como probable resultado de un guión construido con diálogos y escasa imaginación visual… El estreno en España –concluye este desaparecido historiador uruguayo– se produjo en 1976, o sea, treinta y seis años después de su filmación. En ese momento, una parte del público español ignoraba quién pudo haber sido Hitler”. (Alsina Thevenet, H.Chaplin. Todo sobre un mito. Barcelona: Bruguera, 1977, pp. 150-151).

No obstante, The Great Dictator poseía –y posee todavía hoy– una intención más amplia: la defensa de los derechos humanos, del hombre sencillo, cuyo símbolo fue siempre nuestro Charlot. ese antológico discurso final (6 minutos) es una manifiesta contra las dictaduras de todos los tiempos y una proclamación del Humanismo –incluso con un fondo cristiano (Chaplin nunca fue comunista)– que llega a emocionar al espectador. Pero sin renunciar a la historia de amor, no sólo colectiva sino individual, del relato (incorporado por la “chica” enamorada del barbero judío –disfrazado al final de Hitler–, Paulette Goddard, que encarna a la angelical Hannah).

Sobre este histórico discurso (véase el texto completo aquí), su propia autor manifestó en The New York Times, también en torno a las objeciones mayores que se le hacían acerca de este gran final:

Es la conclusión lógica de la historia. Para mí es el discurso que el pequeño barbero hubiera pronunciado, el que debía pronunciar. Hay quienes aseguran que se sale de su personaje. ¿Y qué? La película dura dos horas y tres minutos. Si durante dos horas y tres minutos es pura comedia, ¿no se disculpará que la finalice con una nota que refleja en forma honesta y realista el mundo en que vivimos, y no se disculpará un alegato a favor de un mundo mejor? Atención: está dirigido a los soldados, las verdaderas víctimas de una dictadura.

Era algo difícil –añadió–. Mucho más fácil habría sido que el barbero y Hannah desaparecieran por el horizonte, rumbo a la tierra prometida, contra el crepúsculo resplandeciente. Pero no hay tierra prometida para los oprimidos del mundo. No hay lugar en el horizonte al que puedan dirigirse en busca de asilo. Tienen que sufrir y nosotros tenemos que sufrir”. (Cfr. Villegas López, M. Charles Chaplin, el genio del cine. Barcelona: Alfaguara, 1966, p. 154).

Se trata, pues, de una de las grandes obras maestras del genial Chaplin (1889-1977), la cual, a su vez, en una película política e histórica imperecedera. Un film mítico y paradigmático; realmente modélico en su género: cómico y crítico, al mismo tiempo. Es más, las generaciones actuales se aproximarán a los totalitarismos de los años 30 gracias y a través de El gran dictador.