Historiografía de los siglos XX y XXI

Historiografía de los siglos XX y XXI

Introducción

La heterogeneidad de la escritura y del pensamiento históricos que se observan desde principios del siglo XX hasta hoy se refleja en la pluralidad de criterios con los que se suelen denominar las principales tendencias o escuelas historiográficas. [1]

Estas denominaciones pueden derivar de un enfoque filosófico (positivismo), de una revista (la francesa Annales), de un autor (Marx y marxismos), o de una institución universitaria a la que se asocia esa corriente (como la escuela de Bielefeld, en Alemania). También un artículo interpretativo que marca un hito puede originar una denominación (así, el de Lawrence Stone sobre “el retorno de la narrativa”). Otros nombres han surgido de problemáticas o retos del presente (historia medioambiental e historia global). En algunos casos, ha sido la reivindicación de una categoría analítica o temática antes desdeñada la que ha identificado unas tendencias como la Alltagsgeschichte (historia de la vivencia cotidiana), la microstoria italiana, la historia de las mujeres y/o del género. En algún caso, una expresión afortunada ha llegado a designar un cambio de orientación (así, el linguistic turn o giro lingüístico)

Se presenta aquí una breve panorámica de los objetivos, contextos socioculturales, autores y obras más significativas de las diferentes tendencias historiográficas distinguibles en el siglo XX y principios del siglo XXI, especialmente en Occidente. [2] En este recorrido se parte del modelo historiográfico dominante a principios del siglo XX y se concluye con el comentario del rol discutido que desempeña la historia en el sistema mediático actual.

 

El modelo historiográfico dominante a principios del siglo XX

Hasta la renovación de la escritura de la historia preconizada por la revista francesa Annales d’Histoire Economique et Sociale en 1929, el modelo predominante entre los historiadores podría caracterizarse como “una historia que no descuida el relato, atenta a las grandes figuras, a los destinos ejemplares, a la suerte de las naciones y de los imperios”. [3] Una historia de predominio político hecha a través de una cuidadosa crítica de fuentes (sobre todo textos), vista desde arriba, ritmada por los grandes −y no tan grandes− acontecimientos. Una historia que el combativo Lucien Febvre −cofundador con M. Bloch de los Annales− y muchos otros después descalificarían como “historia historizante” e “histoire événementiel” (historia “evenemencial”).

Desde el punto de vista de teoría de la historia (de la historiografía como metahistoria), ese modelo historiográfico dominante era una combinación más o menos armónica del historicismo clásico alemán encarnado por Ranke, del idealismo hegeliano y del positivismo cientificista comtiano. Todo ello, en medio de un clima proclive a la exaltación de la propia nación. Se ha llegado a afirmar que la historia entre 1870 (guerra franco-prusiana) y 1914 (inicio de la Primera Guerra Mundial) era en Francia el aperitivo de la movilización general patriótica. [4]

Cabe subrayar que el interés que en ese modelo historiográfico se mostraba por la edición y crítica sistemática de las fuentes históricas es una aportación que sigue conservando buena parte de su validez.

 

La renovación historiográfica en torno a la revista francesa “Annales”

En unos pocos años se cumplirá el centenario de la fundación de la revista francesa Annales d’Histoire Économique et Sociale por March Bloch y Lucien Febvre. [5] Tuvo lugar en 1929, en un medio socio-cultural de encrucijada: la universidad de una ciudad, Estrasburgo, retornada a Francia en 1918. Surge casi sin manifiesto programático. Tras los duros avatares de la II Guerra Mundial (en la que pereció Marc Bloch luchando en la resistencia contra el nazismo) [6], la revista se reanuda, apareciendo con su título más duradero: Annales. ESC (Economies, Sociétes, Civilisations). En 1957 asume su dirección Fernand Braudel. Para entonces, Braudel había publicado ya su magistral estudio de El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, [7] una gran tesis que marca un hito historiográfico: por su articulación de los diferentes tempos históricos −entre la larga duración y el acontecimiento−, por el valor dado al condicionamiento geográfico y por la calidad de su prosa.

Entre los muchos autores que cabe inscribir en esa “escuela” o tendencia agrupada en torno a los Annales quizás puede destacarse Emmanuel Le Roy Ladurie, autor de Les Paysans de Languedoc (1966) Esta es una de esas obras de historia regional tan frecuentes entre esos historiadores. (Tras efectuar un giro desde una historia socio-estructural cuantitativa con fuentes seriadas hacia una historia antropológica y narrativa, Le Roy Ladurie escribió en 1975 Montaillou, village occitane.)

¿Cuáles eran las aspiraciones de Annales? L. Febvre y M. Bloch quieren ampliar el campo del historiador y hacer consciente a este, contra un falso objetivismo, de que el conocimiento histórico se obtiene a partir del planteamiento por el historiador de hipótesis y de problemas surgidos desde el presente, en estrecha asociación con la economía, la geografía y la sociología. Además, frente a la historia centrada en los gobernantes, se quiere dar cabida al hombre común en una Europa sacudida por la Revolución soviética de 1917. Se desea ampliar también el objeto de estudio, en pos de una historia total o integral, así como el concepto de fuentes.

Fernand Braudel muere en 1985, rodeado de honores. Sus obras de los años 1960 y 1970 sobre las civilizaciones y su relación con el capitalismo habían recibido una gran acogida en algunas universidades de Estados Unidos. La escuela de Annales será muy influyente en países latinos como Italia y España, cuyos ambientes universitarios estaban familiarizados con la lengua y la cultura francesas. En los últimos decenios, esta influencia ha menguado considerablemente.

Couteau-Begarie, ha hecho, como un outsider, un balance de los puntos fuertes y débiles de la escuela de Annales. [8] Entre sus puntos fuertes más claros se cuentan sus aportaciones a la historia económica, a la demografía histórica, a la historia de la cultura material, a la historia de las mentalidades y a la historia social (aunque esta última adolezca en Annales de una indeterminación fundamental).

Respecto a los límites o puntos débiles en la praxis de la escuela, cabe señalar su escaso interés por la historia antigua y el siglo XX, correlato de una clara preferencia por la investigación sobre el mundo preindustrial del Antiguo Régimen. Puede hablarse de una afinidad electiva entre el interés que muestran los historiadores de Annales por las estructuras y las sociedades más estables y la primacía otorgada a la historia medieval y moderna. Además, Bloch proviene de la historia medieval y Febvre de la historia moderna (Early Modern History). En cuanto a los ámbitos temáticos, la escuela de Annales apenas cultiva la historia política, la historia de las relaciones internacionales y, con la importante excepción del propio Febvre, la biografía.

Por el hecho de focalizarse en la época preindustrial, la escuela de Annales se distingue y contrapone a la historia social alemana practicada por la llamada escuela de Bielefeld, con la que, por otra parte, está emparentada.

 

La escuela de Bielefeld en la ciencia social histórica alemana

El nombre de “escuela de Bielefeld” se utiliza a veces para designar una tendencia historiográfica, liderada sobre todo por Hans-Ulrich Wehler y Jürgen Kocka, que se institucionaliza con la fundación de una nueva universidad en Bielefeld (Westfalia oriental) en 1971 y con el lanzamiento en 1975 de la revista Geschichte und Gesellschaft (Historia y sociedad). El subtítulo de esta revista, “Revista de ciencia social histórica”, indica su orientación: hacer de la historia una ciencia social interdisciplinar, en estrecha relación con las ciencias sociales vecinas, especialmente la sociología (también la ciencia política y la economía). [9]

Una característica de esta escuela es el interés que muestra por el uso de conceptos explícitos y sistemáticos surgidos en el presente para aplicarlos con flexibilidad al pasado. El prisma político-intelectual desde el que se aborda el estudio del pasado es una perspectiva crítica respecto a las sociedades y tradiciones establecidas y respecto a las disfunciones de la sociedad capitalista. Se quiere hacer una historia engagé (comprometida). [10] Esta crítica es afín, en este aspecto, a la que realizaba la escuela paramarxista de Frankfurt que tenía en Theodor Adorno y en Jürgen Habermas dos destacados exponentes. El futuro esperado y promovido por la escuela de Bielefeld, tras la catastrófica e inhumana experiencia del régimen nacionalsocialista, es un futuro de emancipación personal kantiana, de justicia social y de liberad civil. La gran cuestión, que dista de estar resuelta todavía hoy, es la siguiente: ¿en qué medida se ha realizado y en qué ha fallado en Alemania la conexión entre el desarrollo económico e industrial y el progreso cívico para construir una sociedad de ciudadanos libres y emancipados? De ahí el interés que, en la escuela de Bielefeld, a diferencia de Annales, suscita el mundo político contemporáneo. [11]

 

La historia, como ciencia social, en el mundo anglosajón. Los cliometristas norteamericanos

Los historiadores anglosajones de Estados Unidos y de Gran Bretaña, que respiran en un clima cultural más pragmático, se sienten menos inclinados a delinear una concepción sistemática de la historia que los historiadores alemanes.

En Norteamérica, el intento de superación del modelo historiográfico es realizado por autores partidarios de una New History que implica una asociación distendida y ecléctica entre investigación histórica y ciencias sociales. Estos new o progressive historians de los primeros decenios del siglo XX (Turner, Beard, Parrington), comparten cierto evolucionismo y un compromiso con una sociedad de frontera en vías de democratización. Insisten en la ruptura que se había producido en la sociedad americana con el pasado europeo “premoderno” (del Antiguo Régimen). Sin embargo, algunos de ellos no solo subrayan los elementos de consenso, sino también los enfrentamientos internos en el seno de la sociedad norteamericana.

Enlazando con las inquietudes de la New History, los historiadores del mundo anglosajón se involucran en una especia de guerra civil metodológica. Se enfrentan los partidarios del modelo historiográfico clásico y los que abogan por las nuevas tendencias de apertura a las ciencias sociales. Además, la influencia de los Annales traspasa el Canal de la Mancha y el Atlántico. Testimonios de este nuevo clima historiográfico anglosajón son la fundación y evolución de la revista inglesa Past and Present y de la norteamericana Comparative Studies in Society and History.

Más allá de los contextos políticos, hay una tendencia bastante compartida: el uso de la cuantificación que se potencia con la aparición del ordenador. En el decenio de 1960 es relativamente común aplicar la cuantificación a varios dominios de la historia social: el comportamiento electoral (en relación con la politología), la evolución demográfica, la movilidad social y los procesos económicos (los cliometristas norteamericanos intentan, incluso, una econometría retrospectiva).

Una de las ramas de la cliometría con perfiles más marcados es la llamada New Economic History, cuyos representantes norteamericanos más característicos son Robert W. Fogel y Stanley Engerman. En sus sofisticados estudios de econometría retrospectiva llegan a aplicar hipótesis contrafactuales. Por ejemplo, en el estudio de Robert Fogel de 1964 sobre cuál habría sido el crecimiento económico de Norteamérica sin el desarrollo del ferrocarril. En 1974 Fogel y Engerman provocan una gran polémica científica y ética cuando publican una obra que investiga si puede hablarse de una “rentabilidad” económica de la esclavitud en los estados sureños de la Unión. [12] En una obra posterior (Without Consent or Contract, 1989), la tesis conclusiva de Fogel es que la esclavitud no termina en los Estados Unidos porque es económicamente ineficiente sino porque es moralmente repugnante.

 

La evolución y diversificación de la historiografía marxista: desde el materialismo histórico hasta la antropología crítica

La historiografía marxista, plasmada en orientaciones muy diferentes, toma su nombre de un pensador alemán del siglo XIX (Karl Marx) cuyas teorías científico-sociales y utopías revolucionarias dejarán una profunda huella en el siglo XX. Un siglo acotado quizás por dos hitos: 1917, el año de la revolución soviética liderada por un marxista ruso (Lenin), y 1991, cuando se desintegra la Unión Soviética, el coloso político cuya ideología oficial era una interpretación −más o menos genuina o espuria− del marxismo.

Una de las especificidades del marxismo, frente a otras teorías sociales, es su estrecha vinculación a un gran proyecto político para superar y reemplazar al capitalismo. Un proyecto que muchos identifican con el comunismo.

El desmoronamiento entre 1989 y 1991 del “socialismo real” en los países vinculados a la antigua Unión Soviética −dirigida por el Partido Comunista− tendrá un gran impacto en Occidente, aunque sería distorsionador exponer las aproximaciones a la historia inspiradas en el marxismo tomando como única lente de lectura la crisis que ha vivido ese paradigma historiográfico desde fines del siglo XX. (Un paradigma que ha sido una condensación, en cierto sentido, de las esperanzas y frustraciones de la modernidad). Como sucedáneo (Ersatz) de la religión y como Weltanschauung (visión omnicomprensiva de la realidad, de la sociedad y de la historia) el marxismo ha perdido casi toda su relevancia. Pero debe reconocerse la gran influencia y las aportaciones que las diferentes interpretaciones del marxismo han hecho a la teoría y a la práctica de la historia a lo largo del siglo XX. [13]

La renovación historiográfica vinculada a Annales y a la escuela de Bielefeld no son totalmente comprensibles sin tener en cuenta la influencia del pensamiento marxista. Esas dos corrientes tienen en común con el pensamiento marxista sobre la historia varios elementos: considerar a esta una ciencia social, entender que las formaciones sociales tienen una lógica evolutiva y de progreso a través de diferentes estadios, así como demandar el compromiso del historiador: la historia debe estar al servicio de la crítica social.

Algunas contradicciones −o, al menos, fuertes tensiones− en las obras de Marx y de F. Engels permiten entender la heterogeneidad de las teorías y prácticas historiográficas que han reclamado ser marxistas. Las obras de Marx (especialmente del Marx maduro) y, más aún, las de Engels, tienen una clave cientificista, naturalista, objetivista, dialéctica y cuasi determinista que subyace en su consideración de la historia humana. Esta queda así en buena parte predeterminada por unas leyes generales que conducen de forma relativamente mecanicista a estadios superiores de desarrollo hasta el socialismo. En el análisis de las formaciones sociales los condicionamientos socioeconómicos −la infraestructura− tienen un papel decisivo. Esta visión global, evolutiva, de hegemonía de la infraestructura y, en parte, determinista, es la que expone Marx en la introducción a su Contribución a la crítica de la economía política (1859).

“En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden formas de conciencia social determinadas. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; por el contrario, su ser social es que el que determina su conciencia”. [14]

Esta clave filosófico-histórica, un tanto reduccionista y determinista, podría interpretarse como una predeterminación de los resultados de la investigación histórica. En estos resultados se debía encontrar la verificación del esquema general.

Hay otra clave en el marxismo difícilmente conciliable con la anterior: la perspectiva sociocrítica, ética, que preconiza una sociedad más justa según la cual se rechaza el objetivismo como positivismo. Es una concepción que apuesta también por adoptar una aproximación problematizadora e interdisciplinar al estudio de las formaciones sociales del pasado.

Ya desde comienzos del siglo XX, encontramos unas acusadas diferencias entre la interpretación más científico-naturalista y objetivista del austro-marxista Karl Kautsky, secretario de Engels, y la concepción del marxismo del político e historiador francés Jean Jaurès. Este, autor de una Historia socialista de la Revolución Francesa (1901-1903), asesinado en vísperas de la Primera Guerra Mundial, acentuaba en el socialismo su dimensión de aspiración a la justicia y se declaraba también discípulo de Michelet.

Después de 1917, tras el triunfo de la revolución bolchevique dirigida por Lenin en Rusia, el marxismo-leninismo se convierte en ideología oficial del nuevo Estado soviético y se inicia una dogmatización y simplificación del marxismo. Esta se incrementa durante la época estalinista (1923-1953). Así la historia, de arma revolucionaria, pasa a ser sierva de una nomemklatura (la élite gobernante que monopolizaba el poder político e intelectual en la Unión Soviética y en los países controlados por esta). [15] Con todo, en algunos países de la Europa del Este que tenían una tradición más fuerte de pluralismo intelectual y mayores contactos con Europa Occidental, como Polonia y Hungría, ese control político-ideológico deja resquicios importantes para la aparición de valiosas obras históricas.

También en Occidente el marxismo ha tenido en el siglo XX un gran atractivo para muchos historiadores. Y ha inspirado, más tardíamente, la reflexión intelectual de una gran parte de las historiadoras feministas. ¿Cuáles han sido las razones de esa fascinación?: la invitación a pensar de forma integrada la realidad y el cambio social, la búsqueda de certezas intelectuales y éticas como sucedáneo de la religión, la promesa de lograr un mundo unificado de progreso donde se pusiera fin a la dominación del hombre por el hombre (en masculino o en femenino). La interpretación marxista de la historia era más fácil que pudiera ser hegemónica en los países donde la tradición societaria-eclesial, en cierto sentido, era más fuerte que la liberal (como en los países latinos e Iberoamérica). Especialmente cuando el marxismo parecía legitimar con singular fuerza la lucha contra dictaduras de derechas que sostenían un orden social con flagrantes desigualdades. También en Estados Unidos y en Inglaterra han surgido algunas tendencias históricas marxistas, aunque más bien minoritarias.

La distinción que se ha establecido a veces en el panorama de la historiografía marxista entre una corriente estructuralista y la culturalista, aunque orientativa, resulta problemática. Para los historiadores de la primera las relaciones sociales objetivas de producción y de posesión son el elemento determinante en la conciencia de clase, un aspecto capital para la praxis revolucionaria. En esta corriente cabe destacar al francés Louis Althusser (Pour Marx, 1965; Lire Le Capital, 1966) y a los historiadores británicos que debaten largamente (en Past and Presente y otras revistas) sobre la transición del modo de producción feudal (feudalismo) al capitalista.

Con una perspectiva ya de varios decenios, la propuesta interpretativa afín a esa tendencia que ha tenido más trascendencia, fuera de los círculos estrictamente marxistas, ha sido la de Immanuel Wallerstein (de clara influencia braudeliana: The Modern World-System , 3 vols., 1974). En ella se sostiene que el origen del capitalismo y de las relaciones de dependencia de los países de la periferia respecto a las grandes metrópolis coloniales, comienza ya en la economía-mundo del siglo XVI. Una teoría que ha tenido una gran repercusión en muchas de las interpretaciones históricas de la dependencia operativas en el que se llama a veces, todavía, el Tercer Mundo. [16]

La corriente del marxismo culturalista gravita también sobre la lucha de clases y el problema de la dominación, pero recalca el papel de la conciencia y de la cultura como factores decisivos, relativamente autónomos, en la acción social. Lo expresaré con afirmaciones en The Making of the English Working Class, 1780-1832 (1963, 3 vols.) una obra emblemática de Edward P. Thompson, quizás el historiador más relevante de esa corriente. La clase obrera inglesa no es simplemente el resultado de las nuevas fuerzas productivas. Las relaciones sociales de producción sólo existen en el marco configurado por el ámbito de la cultura y de la conciencia. Además, Thompson se distingue del marxismo clásico en que en él vacila la fe ilustrada en el progreso, heredada por las ideologías surgidas en el siglo XIX. La industrialización y el progreso técnico, sostiene, conllevan también perdedores a los que hay que rescatar del olvido. Así en Thompson, a diferencia de Althusser, observamos algunos elementos en común con la hermenéutica historicista según la cual cada tiempo tiene su propio valor y el pasado es algo más que el camino hacia el futuro. (The Past is a Foreing Country es el feliz título que dio David Lowenthal en 1985 a su ya célebre obra sobre nuestros modos de acercarnos al pasado).

Partiendo del materialismo histórico, la historiografía de inspiración marxista ha evolucionado en diversas orientaciones y se ha conjugado en algunos casos con el retorno de una cierta narrativa y con el cultivo de una historia que está más cercana a la antropología cultural (así en Carlo Ginzburg) que a la sociología retrospectiva.

Tal vez, como ha escrito L. Kolakowski, el marxismo, como sistema de pensamiento y proyecto “científico-social”, ha sido la mayor utopía del siglo XX. Con todo, en la práctica historiográfica, como instrumento analítico, el marxismo ha favorecido los estudios económicos y sociales a largo plazo, la visión de la historia desde abajo y la necesidad de que el historiador tenga una conceptualización explícita. Pero hay bastantes historiadores de gran calado teórico que distan del marxismo, como por ejemplo Pierre Chaunu o Reinhardt Koselleck.

 

El retorno de la narrativa y de los acontecimientos y el cuestionamiento de la historia socio-estructural. La historiografía, a la búsqueda de una nueva narrativa enriquecida.

En 1979 Lawrence Stone publicó en Past and Present un célebre artículo en que el detectaba un cambio de orientación en la praxis historiográfica en Francia (J. Delumeau, G. Duby, E. Le Roy Ladurie), Italia (C. Cipolla), Inglaterra (E. P. Thopmson) y Estados Unidos (N. Z. Davis). [17] Para describir ese cambio en el discurso histórico utilizó la palabra narrative a modo de símbolo taquigráfico o code-word. Ese cambio implicaba la recuperación del relato, pero no se circunscribía a él. Quería abarcar también unas nuevas afinidades electivas de la historia con la antropología y la psicología y, en cierta medida, un giro cultural en la investigación del pasado.

Las grandes dosis de la cuantificación habían hecho escasear en las obras de historia “el vino de la personalidad humana” y habían menguado el atractivo para los lectores, sin ofrecer a cambio consensos interpretativos (por ejemplo, sobre si la Revolución industrial había originado en Inglaterra un aumento o disminución del nivel de vida de los trabajadores). Además, los países occidentales y centroeuropeos vivieron en los decenios de 1960 y 1970 una gran crisis cultural, una de cuyas manifestaciones fueron las revueltas estudiantiles antiautoritarias de 1968. Esta crisis indicaba un clima de escepticismo general contra los grandes relatos y las teorías sociológicas omnicomprensivas; al mismo tiempo, expresaba un relativismo ético que encontraba su aliado en la antropología cultural. Además, confrontado ahora muy de cerca con sociedades asiáticas y africanas que antes había dominado, Occidente dudaba de sus certidumbres. Unas certezas surgidas en buena parte de la Modernidad ilustrada. La antropología cultural parecía facilitar que los “otros”, lejanos en el espacio o en el tiempo, aportaran desde dentro las claves explicativas de sus maneras de pensar y de su comportamiento.

La nueva narrativa o narrativa enriquecida vislumbrada por L. Stone y comentada por Peter Burke algunos años después, [18] se interesa por las vidas y sentimientos del hombre común (die kleine Leute, en la Alltagsgeschichte alemana) más que por el grande y poderoso. Además, no excluye en su metodología el análisis. Revaloriza nuevas fuentes como los procesos criminales o las descripciones detalladas de comportamientos. Esta nueva narrativa intenta explorar también el subconsciente y busca el sentido simbólico. Cuenta la historia de una persona o de un episodio dramático para esclarecer los entresijos de una sociedad y de una cultura pasada.

No es extraño pues, que esos relatos resulten esclarecedores si surgen de quienes, como G. Duby o Natalie Z. Davis, tenían ya un gran bagaje previo de conocimientos de las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas de los grupos humanos en los que se ubicaban los dramatis personae de sus relatos.

Nadar con los acontecimientos y practicar la multivocalidad (integrar la multiplicidad de voces o interpretaciones), como se hace en El regreso de Martin Guerre (N. Z. Davis 1984) o en Alaby’s World (R. Price, 1990) son algunos de los requisitos destacados por P. Burke para lograr una narrativa histórica enriquecida y atractiva para el lector.

 

Las propuestas de la Alltagsgeschichte alemana y de la microstoria italiana

El problema metodológico y epistemológico fundamental al que se enfrentan estas propuestas que cuestionan la historia socio-estructural es el siguiente. ¿Cómo se pueden captar y representar los comportamientos y las vivencias subjetivas de las muchas personas que constituyen cada una de las grandes realidades sociológicas más o menos abstractas? Una opción es la de utilizar una escala de observación de la realidad más cercana a los sujetos individuales, una aproximación “micro” (de ahí microstoria). Otra aproximación es indagar en la percepción que tuvieron los propios protagonistas de las historias, en sus vivencias o experiencias, también las cotidianas (de ahí la historia de la vivencia cotidiana o Alltagsgeschichte).

Los teóricos de la historia de la vida cotidiana y de la microstoria se inclinan por un método más próximo a la hermenéutica y, en diálogo con la antropología cultural, se sirven de la “descripción densa” propuesta por Clifford Geertz. Pero, a diferencia de la hermenéutica que subyace en el historicismo clásico, Hans Medick y Carlo Ginzburg, grandes referentes de la Alltagsgechcihte y de la microstoria, respectivamente, son conscientes de que no es posible una compenetración directa con el objeto (los sujetos humanos) de la investigación. Ambos enfatizan que solo es posible una compenetración indirecta y problemática. Por ello, tienen mucho interés en explicar de manera concreta sus itinerarios de investigación antes de exponer sus resultados.

En su acercamiento al pasado, el historiador verifica y ha de resaltar, nos dice H. Medick, la cualidad de extraño (Fremdartigkeit) que tienen hoy para nosotros los campesinos de Württemberg del siglo XVII (como también los actuales habitantes de Bali). Sin renunciar a la interpretación, el historiador debe ser consciente de las limitaciones de su intervención interpretativa.

Entre los teóricos de la microstoria, Carlo Ginzburg sintoniza más con la orientación geertziana de Medick, mientras que Giovanni Levi, más próximo al marxismo clásico, piensa que la antropología interpretativo-simbólica de Geertz descuida los conflictos internos dentro de una cultura y su propensión al relativismo.

La germana Alltaggeschichte (historia de la vida o de la vivencia cotidiana) busca ser una alternativa a la historia socio-estructural propugnada por la escuela de Bielefeld. Puede considerarse emblemática de esta tendencia historiográfica la revista Historische Anthropologie. Kultur, Gesellchaft, Alltags [H. A.] (Antropología histórica, Cultura, Sociedad, Cotidianidad). El subtítulo trinómico de H. A., como el de los Annales más duraderos, no es casualidad. El número fundacional de H. A. surge en 1993, también en una zona de encrucijada franco-alemana (Saarbrücken) y con una referencia expresa a Annales (y al gran antropólogo norteamericano C. Geertz.).

Todas las obras más relevantes de la Alltagsgeschichte se han centrado en el estudio de pequeñas comunidades alemanas. A veces en un ámbito cronológico amplio, como la de H. Medick, “Tejer y sobrevivir en Laichingen [una localidad cercana a Ulm], 1650-1900”, 1997. Otras, en la duración breve de un acontecimiento, como la Revolución de 1848 y su impacto en las relaciones personales cotidianas, en la investigación de Carola Lipp y Wolfgang Kaschuba, publicada en 1979, sobre Esslingen (una pequeña ciudad cercana a Stuttgart).

La microstoria italiana surge de manera informal a finales de 1970 como una práctica y un estilo de hacer historia. Uno de los rasgos en común de esos historiadores (los ya citados Ginzburg y Levi; y Edoardo Grendi) es la convicción de que el historiador, al reducir su escala de observación, puede aprehender realidades significativas que le pasarían inadvertidas en el dato promedio. Otro rasgo de estos “microhistoriadores” es que tienen unas aspiraciones teóricas fuertes, derivadas de una herencia intelectual gramsciana. De esta tomaban como punto de partida dado históricamente, en la Italia del norte (ámbito de sus trabajos) y no solo en ella, una dominación social y cultural que debía ser denunciada y superada. De ahí su especial interés por los dominados y marginados. Desde estos presupuestos, lo que quieren poner de relieve es el margen de maniobra y de libertad; las estrategias seguidas por los individuos o los pequeños grupos −familiares o de otro tipo− en el seno de las estructuras económicas, sociales y culturales.

El queso y los gusanos (1976), de Carlo Ginzburg, es quizás la obra más emblemática y difundida de la microstoria italiana. En ella se indaga con maestría narrativa en la cosmología (de ahí ese título metafórico) y la mentalidad de un molinero heterodoxo de Friuli (en el nordeste de Italia) que es sometido a un proceso inquisitorial. Ginzburg preconiza en esta obra la existencia de una cultura popular opuesta a la oficial, aunque entre ellas se dan interacciones. [19] Ha sido objeto de discusión hasta qué punto el caso de ese molinero es representativo. También si Ginzburg ha leído en el testimonio del molinero Menocchio su propia concepción romántica de que existía una cultura popular con una libertad mayor de la que dan a entender las propias fuentes.

 

Otra visión de la historia: historia de las mujeres, historia feminista y problemática del género

La revolución más o menos silente protagonizada por las mujeres ha sido una de las más importantes en el siglo XX, y el feminismo −o movimiento feminista− uno de los pocos “ismos” auténticamente relevantes surgidos en el siglo pasado.[20] El feminismo tenía algunos precedentes importantes (Olympie de Gouges en 1791, las sufragistas inglesas y norteamericanas del siglo XIX, Stuart Mill en 1869), pero sólo en el siglo XX las mujeres consiguen en los países occidentales la equiparación en derechos con el hombre.

Puesto que la historiografía (como escritura y discurso) sigue a la historia (como evolución de la humanidad), las mujeres han reclamado en el siglo XX un mayor protagonismo historiográfico, en un doble sentido: preconizando una nueva perspectiva en la lectura del pasado y promoviendo su trabajo organizado como autoras e investigadoras. El gran tema de “Women, Men and Historical Change” es incluido ya en 1995 en el 18th International Congress of HIstorical Siences de Montreal / Montréal. Allí se estrena también la Fédération Internationale pour la Recherche d’Histoire des Femmes. Se marca así un hito en el reconocimiento por la comunidad académica internacional de un nuevo ámbito y/o enfoque de estudio.

En los últimos decenios la historia de las mujeres se ha convertido en una práctica historiográfica asentada, [21] vinculada con intensidad diversa al movimiento emancipador feminista y con una gran diversidad de aproximaciones. Por ello se ha cuestionado si puede hablarse en singular, de historia feminista, o sólo existen historias feministas (en plural).

Durante un tiempo, gender (género) es la categoría analítica empleada en la historia de las mujeres para pensar comparativa y concretamente la situación (de subordinación) que ellas habían vivido en la historia respecto a los hombres. Más recientemente, Joan Scott (1996) [22] ha propuesto la categoría de difference (diferencia), en vez de la de género, para dar cabida también a la reflexión sobre la heterogeneidad identitaria de las mujeres (por raza, riqueza, religión u orientación sexual).

La historia de las mujeres, ¿debe limitarse a estudiar las antecesoras del feminismo, por su actitud o sus logros frente a una sociedad de dominancia masculina (llamada patriarcal) o debe incluir también las experiencias de las mujeres más representativas de cada época, también de las que se alejan de las actitudes feministas actuales? La historiadora Gabi Jancke-Leutz opta por esta última respuesta en su colaboración a un volumen sobre La mujer barroca. [23]

 

Los desafíos a la historia del postmodernismo y del giro lingüístico

El postmodernismo como actitud intelectual es un fenómeno muy complejo que tiene un temprano referente importante en la publicación de la obra de Jean-François Lyotard La Condition postmoderne (1979). El clima intelectual postmoderno se caracteriza por cuestionar el racionalismo optimista propio de la modernidad ilustrada, la cual consideraba que la realidad era transparente y moldeable por la razón. [24] También por la deconstrucción crítica y el escepticismo beligerante frente a los “grandes relatos” (filosofías o interpretaciones teleológicas de la historia), entre ellos los derivados del cristianismo y del marxismo. Este clima de sospecha, al que ha contribuido bastante el legado intelectual de Nietzsche, se entiende después de las tremendas experiencias totalitarias del siglo XX y en una situación de resaca postcolonial (cuando Occidente toma conciencia del valor de las culturas ajenas y del quebranto causado por un eurocentrismo violentamente expansivo).

Entre los intelectuales más emblemáticos del postmodernismo destaca Michel Foucault (1926-1984). Foucault aglutina los valores de la revolución cultural de 1968: “las críticas del poder y del saber establecidos, la denuncia de los mecanismos ocultos de dominación y un hábil manejo del lenguaje filosófico-semiótico”. [25] En Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas (1966) y en La arqueología del saber (1969), Foucault trata sus dos temas fuerza: el discurso y el poder, en su inseparable relación. El significado de Foucault para la ciencia histórica reside, sobre todo, sintetizado en palabras de J. Baberoksi, “en la historización de la racionalidad y en la noción de que el sujeto se constituye en unas prácticas culturales, que a su vez forman parte del ámbito del poder”. [26]

La visión de la historia de Foucault, como práctica discursiva más que trasunto de unas realidades objetivas del pasado, confluye con el enfoque historiográfico que proponen quienes preconizan el lingüistic turn (giro lingüístico) anglosajón. La figura más descollante entre estos es la del californiano Hayden White, cuya Metahistoria (1973) ha constituye un hito en la historiografía similar al que supuso el Mediterráneo de Braudel, treinta años antes. [27] White y los autores afines a este giro lingüístico centran la atención en la mediación que el uso del lenguaje introduce en el conocimiento histórico y el modo en que el lenguaje condiciona, de forma consciente e inconsciente, a quien escribe historia. Estos autores, llamados a veces desde fuera narrativistas, subrayan la afinidad que la historia tiene con la literatura, más que con las ciencias sociales. La forma de concatenar los hechos dotándoles de trama y de sentido está determinada por apreciaciones estéticas −mediante un cierto tipo de posibilidades básicas− y morales, por lo que, dice White, y pienso que en esto tiene razón, toda historia −como relato− conlleva una metahistoria o filosofía de la historia.

Extremando la afinidad que la historia tiene como verbal fiction (como constructo lingüístico-literario) con la literatura de ficción, se puede correr el riesgo de abrazar un relativismo según el cual todas las historias tienen el mismo valor cognitivo. Según esta lógica, sería casi imposible enfrentarse a los negacionistas que minusvaloran la Shoah llevada a cabo por el nazismo. [28]

He dedicado en Las huellas del futuro (2012) algunas páginas sobre la posibilidad de una renovada legitimación de la historia, frente a los retos del postmodernismo y del giro lingüístico. Esbozo aquí algunas ideas capitales.

Roger Chartier, desde su prestigiosa praxis como historiador sociocultural, ha defendido las propiedades específicas que tiene el relato histórico. Este es una representación que integra capas o estratos que, a su vez, son efectos de realidades extralingüísticas, y es fruto de unos procedimientos controlables y verificables. También Paul Ricoeur y Hans-Georg Gadamer, desde posturas filosóficas cercanas (Ricoeur) o identificadas (Gadamer) con la hermenéutica, han postulado que el relato histórico tiene como referente las realidades humanas del pasado y no se agota en su artificio literario. La temporalidad, afirma Ricoeur, es “la estructura de la existencia humana que alcanza el lenguaje en la narratividad” y la narratividad es “la estructura del lenguaje que tiene a la temporalidad como su referente último”. (”Experience, can be said, it demands to be said. To bring it to language is not to change it into something else, but in articulating and developing it , to make it become itself.”) No es que comprendamos la vida humana como una narrativa, sino que la propia dinámica de la acción humana exige una narrativa para ser explicada cabalmente. [29] “El discurso histórico es una muestra privilegiada de la capacidad de dotar de significado a la experiencia del tiempo porque el referente inmediato (la Bedeutung, significación) de este discurso son acontecimientos reales, no imaginarios”. [30]

Por su parte, Gadamer también ha teorizado sobre el conocimiento histórico en sus grandes obras Verdad y Método (1960) y Verdad y Método II (1986) desde una perspectiva humanista. Sobre la posibilidad de comunicación, pese a los diferentes lenguajes, y de acceso del ser humano a la realidad, Gadamer afirma que la tarea de la hermenéutica no ha terminado cuando se hablan lenguajes distintos y el entendimiento parece imposible:

“Ahí se plantea ésta justamente en su pleno sentido: como la tarea de encontrar el lenguaje común […] Nunca se puede negar la posibilidad de entendimiento entre seres racionales. Ni el relativismo que parece haber en la variedad de los lenguajes humanos constituye una barrera para la razón cuya palabra es común a todos, como sabía ya Heráclito.[…] Es el mismo mundo el que percibimos en común y se nos ofrece (traditur) como una tarea abierta al infinito, no es nunca el mundo del primer día, sino algo que heredamos”. [31]

La filosofía hermenéutica de Gadamer ha influido considerablemente en la Begriffsgeschgichte o historia de los conceptos. Es una corriente historiográfica que rescata la referencia a la realidad y puede considerarse como una variante alemana del giro linguïstico, sin excesos nihilistas. Lucien Hölscher ha escrito una buena introducción contextualizadora de esta tendencia. En el enfoque de la Begriffgeschichte, los conceptos (como Fortschritt, progreso, tan capital en el nacimiento de la modernidad) son a la vez registros o testimonios de una realidad y factores de cambio de ella. La gran obra de referencia para esta corriente es un diccionario monumental dirigido por O. Bruner, W. Conze y R. Koselleck entre 1972 y 1992: Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland (Conceptos históricos fundamentales. Léxico histórico para el lenguaje político-social en Alemania).

 

Auge y desarrollo de la historia medioambiental: una introducción

Las inquietudes y debates suscitados por los grandes problemas medioambientales que afronta la humanidad en nuestro tiempo se quieran abordar con una amplia perspectiva temporal. En esta nueva mirada sobre la evolución humana se prioriza la interacción, experimentada a una escala sin precedentes, entre el devenir de la humanidad y el medio ambiente natural.

En pocos decenios se ha difundido todo un nuevo espectro semántico: medio ambiente, desarrollo sostenible, contaminación, energías limpias y, más recientemente, cambio climático. Estos conceptos testimonian la conciencia de unos retos relativamente nuevos y unas propuestas político-sociales para darles una respuesta satisfactoria. [32]

La historia medioambiental ha recibido un creciente reconocimiento por la comunidad académica, testimoniado en los quinquenales Congresos Internacionales de Ciencias Históricas. En el de 2000 en Oslo suscitó una atención mediática insólita y allí se dio a conocer la creación de una European Society for Environmental History (ESEH). En los Estados Unidos de Norteamérica la sociedad científica análoga se había fundado ya en 1977 (ASEH). La ASEH edita la revista quizás más importante en ese ámbito: Environmental History. En 2005 en el ICHS de Sydney la historia medioambiental constituyó uno de los tres major themes, desglosados en varios bloques. La coordinadora general de este gran tema fue Verena Wiriwarter. [33]

El auge de la historia medioambiental y la proliferación de estudios ha conllevado la aparición de algunas enciclopedias ya desde 2004. Así la Encyclopedia of World Environmental History editada por Shepard Krech, J. R. McNeill y Caroline Merchant. Con respecto a la difusión de ese nuevo enfoque historiográfico entre los estudiantes de historia, me parece alentador que en un atlas histórico publicado en Barcelona en el año 2000 se incluyan algunas páginas al reto ecológico y al comercio de los deshechos. [34]

El reciente desarrollo de la historia medioambiental tiene mucho que ver con el ecologismo como movimiento socio-político, uno de los pocos grandes “ismos” surgidos en el siglo XX, precozmente articulado en Alemania en el partido de Los Verdes (Die Grünen).

La preservación del medioambiente humano, también a futuro, es un compromiso directo con el mantenimiento de unas saludables condiciones de vida en la dimensión biológica (no la única, pero si fundamental) de los seres humanos presentes y venideros. Este compromiso implica una solidaridad intergeneracional, no exenta de instinto de supervivencia, para contribuir a que el desarrollo económico-social sea sostenible a escala mundial y no a expensas de una degradación difícilmente reversible del entorno.

La historia medioambiental puede abordarse con distintos enfoques, según la antropología filosófica en que estos se apoyen. Puede enfocarse desde la convicción de que el punto de referencia fundamental es el ser humano; no como dueño absoluto, pero sí como usufructuario de la naturaleza. Con este enfoque no hay una oposición, aunque sí una moderada prevención, respecto a la llamada “acción antrópica” (intervención humana) en la naturaleza. (Esta es la opción con la que más me identifico).

Otro enfoque posible de la historia medioambiental es el radicalmente geocéntrico según el cual Gea (la tierra) tiene prioridad total sobre los seres humanos. Esta perspectiva reclama la preservación de un entorno natural convertido en un todo viviente y en valor supremo.

La práctica de la historia medioambiental requiere una cierta familiaridad no solo con las ciencias humanístico-sociales afines, sino también con ciencias físico-matemáticas. Solo así se pueden valorar índices de contaminación o cambios en la energía. En cuanto a información para épocas anteriores a los registros climáticos oficiales, el historiador ha de recurrir a fuentes indirectas.

Hoy la historiografía ha de asumir que el medio ambiente es una categoría básica en la historia, junto con el poder, la economía y la cultura. [35] La categoría del medio ambiente está inseparablemente vinculada al poder político. Además, la relación de una sociedad con el medio ambiente implica un problema económico crucial, pues el éxito económico ha exigido siempre un abastecimiento duradero de energía. En este contexto de hacer compatible el dinamismo económico con la preservación del medio ambiente surgen las nociones −y objetivos− capitales de “sostenibilidad”, “eco-industria” y desarrollo de “energías renovables o limpias”. El medio ambiente humano está entretejido así mismo con la categoría básica de cultura. Cada forma de percibir e interpretar el medio ambiente encaja en un contexto histórico-cultural concreto.

Ahora somos más conscientes que hace cincuenta años de que los hombres podemos infligir a la naturaleza daños difícilmente reversibles. Ante este amplio margen de incertidumbre algunos intelectuales anteponen en estas cuestiones el principio de responsabilidad a la confianza ciega en el progreso −o más bien pseudo-progreso− humano. [36]

Algunas catástrofes recientes nos recuerdan la fuerza enorme, en parte imprevisible, de la naturaleza, y nos advierten de que no deben subestimarse las consecuencias ecológicas, económicas, sociales, políticas y culturales de las manifestaciones de esa fuerza. Basta pensar en las trágicas consecuencias del tsunami que tuvo lugar en el Océano Índico en 2004 (afectando especialmente a Indonesia), del terremoto en Haití del 2010 y del accidente del 11 de marzo de 2011 en la central nuclear de Fukushima, tras un fuerte terremoto, que provocó un tsunami en la costa noreste de Japón.

 

Globalización e historiografía: cambio de perspectiva y de marco referencia

La práctica y la reflexión historiográficas, incitadas por las experiencias del presente, han ampliado su marco de referencia y de enfoque. Se quiere abarcar todo el planeta y enfocar el discurso en consonancia con la creciente globalización o mundialización de los fenómenos humanos. La percepción del mundo como escenario unitario del devenir humano −favorecida por los mass media e Internet− ha impulsado una historia global. [37]

Ya el gran humanista erasmiano Juan Luis Vives escribía en 1531 que “el mundo se ha abierto a la especie humana”, y pocos decenios después Jean Bodin pensaba que se había creado una comunidad política universal en la que se hallaban vinculados todos los hombres “como si no formasen más que una ciudad”. [38] Esta idea de que existió una primera mundialización ibérica ha sido articulada por el historiador francés Serge Gruzinski en Les quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation (2004). En la época del Renacimiento, en sentido lato, la experiencia de esa (primera) mundialización supuso una enorme ampliación de campo para reflexionar sobre la plasticidad de la naturaleza humana. El conocimiento de múltiples culturas amerindias demandaba ya una nueva lectura de la historia humana.

Hoy, en mucha mayor escala que en el siglo XVI, formamos una cuasi república universal. Constituimos, por ejemplo, una república universal de internautas y de productores-consumidores (prosumers). También tenemos mucha mayor conciencia de nuestra mutua dependencia y responsabilidad con respecto al entorno natural que compartimos (o disputamos). Todo ello lleva a buscar una historia que explique cómo se ha forjado la interdependencia creciente entre países de todos los continentes, áreas culturales y estatus económicos.

Bajo la global history o world history se cobijan una gran heterogeneidad de concepciones teóricas y de prácticas metodológicas. Pero cabe detectar algunas direcciones comunes, como hizo Patrick O’Brien en el XIX ICHS de Oslo, al poner el foco en las conexiones y comparaciones entre sociedades, por encima de las fronteras nacionales y culturales. También, la atención prestada a las constricciones de tipo medioambiental y biológico que afectan a la actividad humana. Todo ello para permitir una apreciación menos etnocéntrica de los múltiples logros de los pueblos humanos.

En ese mismo congreso de Oslo el tema de una historia global fue abordado también en otra sección con el título de encuentros culturales entre continentes a través de los siglos. En la síntesis introductoria, Jerry H. Bentley, fundador de la revista Journal of World History (1990), destaca que la nueva perspectiva histórica global no quiere demoler toda historia nacional, sino problematizar sus apriorismos acríticos y superar sus limitaciones. [39] Remarca también la importancia que han tenido en los estudios de historia global, desde el decenio de 1960, los sociólogos, antropólogos, economistas y politólogos, más atrevidos a veces que los historiadores.

Por mi parte, hago notar un paralelismo entre la contribución de otros científicos sociales a este cambio de perspectiva en el discurso histórico y el que ellos tuvieron en la renovación nucleada en torno a la revista francesa Annales. Podría engarzar ambas renovaciones la figura del geo-historiador Fernand Braudel, para quien las teorizaciones sobre las dinámicas de las civilizaciones de O. Spengler y A. Toynbee fueron un acicate. La noción braudeliana de “préstamos” o “transferencias culturales” lleva implícita el concepto de “encuentro”, clave en la historia global.

Natalie Z. Davis advirtió en ese congreso de Oslo de que, en su afán por superar una historia centrada en Occidente, la World History puede correr el riesgo de convertirse en una historia, también parcial, de los lugares y pueblos no occidentales. He aquí, literalmente, su punto de vista respecto a si es adecuado para la historia global tener una única “master-narrative” (un relato interpretativo de referencia)

If a new decentered global history is discovering important alternate historical paths and trajectories, then it might also well to let its big stories be alternated or multiple. The challenge for global history is to place these narratives creatively within an interactive frame”. [40]

Como diseñar ese interactive frame es la gran cuestión que queda en el aire. Más allá de este interrogante que es, en parte, metahistórico, es evidente que entre una parte muy significativa de los historiadores existe hoy un compromiso con el giro globalizador o globalizante en el estudio de la historia y hay abundantes pruebas de ello. [41]

El surgimiento de la historia global está relacionado con el proceso de descolonización del decenio de 1960 en el que la mayoría de países africanos lograron su independencia respecto a los estados de Europa occidental. (Los países de la India británica la habían conseguido ya tras el fin de la II Guerra Mundial). Así, la historia global puede verse como una reivindicación del papel que desempeñaron en la historia mundial las culturas diferentes a la europeo-occidental; también puede considerarse una denuncia de la visión eurocéntrica de la historia acuñada en el siglo XIX, la cual giraba en torno al progreso de la civilización en el mundo efectuada a través de la modernización y expansión de los estados nacionales europeos. A la denuncia de este colonialismo historiográfico europeo contribuyeron tanto la influencia del marxismo (en distintas variantes) como el relativismo cultural propiciado por algunos intelectuales norteamericanos y europeos (Clifford Geertz o Michel de Foucault, por ejemplo).

En el citado contexto se entiende bien que los historiadores de las antiguas colonias europeas, como la India o Palestina, hayan querido exponer otra visión de la historia surgida desde el propio bagaje cultural y desde la propia percepción de su situación económico-social. El historiador palestino Edward Said y la revista Subaltern Studies (fundada en 1982 por el historiador indio Ranahit Guja) son referentes importantes en estos enfoques. Orientalism (1978), de E. Said, ha tenido una gran repercusión en los decenios posteriores. En esta obra, Said estudia y denuncia el discurso sobre Oriente Próximo y Oriente Medio construido por los especialistas occidentales: una representación fundamentalmente falseada y creada con intenciones de dominio. [42]

La revista Subaltern Studies se inspira en el concepto gramsciano de “clases subalternas”. Se propone rescatar el protagonismo activo de los diferentes grupos étnicos de la India, con especial atención a la gente común −fundamentalmente campesina− en la configuración de la historia del país y de su independencia, sin reducir ese protagonismo a la élite burguesa britanizada. [43] Otro de los historiadores emblemáticos en los estudios postcoloniales es Ashis Nandy, también indio. Nandy es muy crítico respecto a la modernidad secular de Occidente, que señala como contraria a las tradiciones culturales y populares de la India.

La historia global puede hacerse desde perspectivas teóricas sensiblemente diferentes. Así, se puede estudiar −como propone Sigheru Akita− desde el enfoque de la historia económica. La historia global sería un tipo de historia mega-regional en el contexto de la formación y desarrollo de una economía mundial capitalista. [44] Esta es una aproximación de claras resonancias wallersteinianas. Interdependencia, interconectividad y comparativismo son palabras claves en este enfoque y en todos los de la historia global.

Más comprehensivo me parece el enfoque que propone Carlo Galli sobre la globalización. Para él, la globalización es “el recíproco confundirse, el entrelazarse y el contaminarse (con intensidad variable en las diversas áreas del planeta) de las culturas tradicionales con los impulsos ultramodernos y posmodernos del Occidente en expansión”. [45] Esta diversidad de formas en que se realiza la globalización lleva a Jürgen Osterhammel a sostener, en una obra muy reciente, que debe hablarse no de globalización, sino de globalizaciones en contextos particulares. [46]

La propuesta de la plataforma académica de historiadores franco-alemanes Geschichte. Transnational, comparte algunos objetivos con la historia global. Esta historia transnacional quiere integrar un amplio espectro de enfoques que se centran en el análisis de los encuentros, traspasos de fronteras e intercambios entre diferentes culturas o sociedades. [47]

Desde luego, la historia transnacional no es una propuesta historiográfica exclusivamente europea, pues en ella trabajan investigadores de países asiáticos y de otras áreas civilizatorias. En Huellas del futuro (2012) presento algunos de estos estudios.

La historia global, en la actualidad, no es solo una propuesta para el futuro. En algunos países ha adquirido cierta decantación incluso en manuales. Así, el manual ya clásico de Jerry Bentley y Herbert Ziegler, Tradition and Encounters. A Global Perspectiva on the Past (2009) se propone una lectura de la historia de la humanidad que no toma como punto de referencia ninguna civilización en particular, sino que parte de la humanidad en su diversidad como sujeto de análisis y centra la atención en las progresivas convergencias de las diversas civilizaciones.

 

La historiografía en la sociedad mediática actual

En la sociedad global y mediática de hoy, con cierta alergia a la escritura y fascinada por la imagen, ¿tiene algún futuro la historiografía como conocimiento plasmado en escrito sobre el pasado? Si nos limitáramos a considerar la historiografía académica, proclive a la erudición y a la abstracción, la respuesta tendría unos tintes sombríos. En cambio, es indudable que la fascinación que siguen ejerciendo algunas etapas o acontecimientos de la humanidad −no necesariamente benéficos− puede combinarse, si hay capacidad de comunicación, con la escritura histórica. El gran interés vivencial por la memoria y sus lugares de condensación, por conocer los momentos decisivos, más o menos mitificados, de la propia comunidad, seguirá alimentando, aunque sea de forma mediata o indirecta, la creación historiográfica. Es un hecho que en Occidente, y no sólo en él, una parte importante de las novelas, películas, series de TV y juegos de rol consumidos con avidez, tienen un trasfondo histórico. Entramos con ello en la cuestión de qué es y cómo se configura la cultura histórica de una comunidad, sobre la que se puede ver en este portal una entrada específica. También en mi libro Las huellas del futuro se puede leer un extenso capítulo final sobre cultura histórica y memoria en el mundo actual.

En esta sociedad de las emociones, en las que prevalecen los sentimientos sobre la reflexión, la historiografía ha de asumir una doble función. Por una parte, debe hallar formas de ampliar su campo temático de modo que estudie también esos impulsos más emocionales que racionales, los cuales han sido operativos en la evolución social. De hecho, hay precedentes. Por citar algunos, en este último medio siglo, la obra de Jean Delumeau sobre el miedo, o con una tónica más positiva, la de Theodor Zeldin sobre la felicidad.

Otra función que puede y debe seguir teniendo la escritura de la historia es la desmitificación de los idola tribu. Quien escribe historia debe aportar sentido crítico y contener la propensión, siempre subyacente, a caer en una identificación excesiva con la propia comunidad y/o con las propias expectativas de futuro. El lenguaje, ciertamente, nos veda una total neutralidad, pero la moderación, la autodisciplina y la escucha de voces diversas podrán facilitar que el discurso escrito ofrecido por la historiadora o el historiador pueda ser asumido, al menos en parte, por quien se acerca a su relato desde otras procedencias o preferencias. Sólo así la historiografía podrá cumplir los cometidos humanísticos que tiene, además de luchar contra la muerte y el olvido: nutrir nuestra libertad, explorar mejor la complejidad de la condición humana en su despliegue temporal y contribuir a un entendimiento entre pueblos que están integrados, en último término, por personas siempre soñadoras y menesterosas.

Dr. Fernando Sánchez-Marcos (2020).

(Catedrático emérito de Historia Moderna de la Universitat de Barcelona. Fundador y Director del portal web http://culturahistorica.org).

 

NOTAS AL FINAL

[1] Cfr. Iggers, Georg (1997). Historiography in the Twentieth Century. From Objectivity to the Postmodern Challenge. Hanover: Wesleyan University Press.

Sánchez Marcos, Fernando (2012). Las huellas del futuro: Historiografía y cultura histórica en el siglo XX. Barcelona: Edicions i Publicacions de la Universitat de Barcelona.

[2] Tratan también de otras civilizaciones:

Iggers, Georg G. y Wang, Q. Edward, (2008), A Global History of Modern Historiography. Londres y Nueva York: Pearson Ltd.

Woolf, Daniel, Daniel (2005), “Historiography”, pp. 61-80, accesible en este portal.

[3] Chaunu, Pierre (1981). Histoire et décadence. París: Perrin. [Traducción del autor]

[4] Dosse, François (1988). La historia en migajas. Valencia: Institució Alfons el Magnànim.

[5] Con ocasión del bicentenario de la Revolución francesa, Peter Burke publicó  The French Historical Revolution. The Annales School, 1929-1989.

[6] Mastrogregori, Massimo (1999). El Manuscrito interrumpido de Marc Bloch. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.

[7] La primera edición francesa de El Mediterráneo… es de 1949; y la segunda, ampliada, de 1966.

[8] Coutau-Bégarie, Hervé (1989). Le phénomène nouvelle histoire. Grandeur et décadence de l’école des Annales. París: Económica (2ª ed. revisada).

[9] Geschichte und Gesellschaft ha constituido un importante fórum internacional. Dedicó sus dos primeros volúmenes a la demografía y a la movilidad y estratificación social.

[10] Kocka ha utilizado reiteradamente términos franceses.  Es un testimonio de que circulaba una savia intelectual común entre Francia y la República Federal de Alemania.

[11] La historia analítico-estructural propugnada desde Bielefeld, centrada en los procesos y en los cambios sociales, tiene un buen exponente teórico en la obra de Jürgen Kocka Sozialgeschchte aparecida en 1977. (La versión española es de 1989: Historia social. Concepto, Desarrollo, Problemas. Barcelona: Alpha).

[12] Fogel, Robert, y Engerman, Stanley (1974). Time on the Cross. The Economics of American Negro Slavery, 2 vols.

[13] Bolivar Echevarría sostuvo en el I Congreso de Historia a Debate (Santiago de Compostela, 1993) que hablar de marxismo en general “implica una posición cómoda, pero carente de base real” (Historia a Debate, p. 71).

[14] Este fragmento procede de Fontana, Josep (1980). Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona: Crítica, pp. 145-146. Fontana ha sido uno de los mejores conocedores −y apologistas− españoles del marxismo y de su incidencia en la historia.

[15] Papacostea, S. (1996). “Captive Clio: Romanian Historiography under Comunista Rule”. European HIstory Quaterly, vol. 26, pp. 181-208. Las razones de la atracción por el marxismo que sintieron muchos intelectuales de Occidente en los decenios posteriores a la II Guerra Mundial han sido bien estudiadas en obras como Aron, Raymond (2018 [1955]). El opio de los intelectuales. Barcelona: Página Indómita.

[16] Sobre la influencia de la teoría de la dependencia de I. Wallerstein (y de G. Frank) en Hispanoamérica, cfr. Iggers, G. y Wang. Q. E. (2008). A Global History of Modern Historiography. Londres y Nueva York: Routledge, pp. 290-294. Fui testigo del gran interés que despertaron en Madrid en 1990 (17th. International Congress of Historical Sciences) la citada obra de Wallerstein y la temática de centro y periferia.

[17] Stone, Lawrence (1979). “The Revival of Narrative: Reflections on a New Old History”. Past and Present, n. 85, pp. 3-24.

[18] Burke, Peter (1993). Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración. Formas de hacer historia. Madrid: Alianza, pp. 287-305.

[19] Iggers, G. y Wang, Q. E. A Global History…, op. cit., p. 273. También cabe discutir (como hacen P. Burke y R. Chartier) en qué medida puede postularse la existencia de esas dos culturas enfrentadas. Cfr. “El pueblo y su cultura”, Olábarri, I. y Caspistegui, F. J., (eds.) (1996). La “nueva” historia cultural: la influencia del posestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad. Madrid: Complutense, pp. 191-216.

[20] “La única revolución que cuenta” fue el titular de un diario de Barcelona (29.10.1993) al informar de la presentación del último volumen de la “Historia de las mujeres en Occidente”, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot.

[21] Entre la multitud de revistas sobre historia de las mujeres cabe destacar, como pioneras, las norteamericanas Feminist Studies y Women’s Studies, ambas iniciadas en 1972.

[22] Scott, Joan W. (ed.) (1996). Feminism and History. Oxford: Oxford University Press.

[23] En Calvi, Giulia (ed.) (1995). Barocco al femminile. Roma-Bari: Laterza.

[24] En mis Huellas del futuro… (p. 130) discuto si la postmodernidad es un paradigma opuesto a la modernidad o si más bien puede interpretarse como una hipertrofia de ésta.

[25] Aurell, Jaume (2005). La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos. Valencia: Publicacions de la Universitat de València.

[26] Baberowski, Jörg (2005). Der Sinn der Geschichte. Geschichttheorien von Hegel bis Foucault. Múnich: Verlag C. H. Beck, p. 203, (Traducción del autor)

[27] White, Hayden (1978 [1973]). Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.

[28] Friedlander, Saul (ed.) (1992). Probing the Limits of Representation. Nazism and the ‘Final Solution’. Cambridge, MA: Harvard University Press.

[29] Ricoeur publicó su gran obra Temps et récit, Tiempo y relato (o narración) entre 1983 y 1985. Puede encontrarse una magistral exposición breve de su teoría de la narratividad en P. Ricoeur, “Life in Quest of Narrative”, en Wood, D. (ed.) (1991). On Paul Ricoeur. Narrative and Interpretation. Londres y Nueva York: Routledge.

[30] White, Hayden (1992). “La metafísica de la narratividad: tiempo y símbolo en la filosofía de la historia de Ricoeur”, en El contenido de la forma. Barcelona: Paidós, p. 180.

[31] Gadamer, Verdad II, p. 392. En Koselleck, R. y Gadamer, H. G. (1997). Historia y hermenéuitica. Barcelona: Paidós. Gadamer escribe (p. 116) que el lenguaje, más que proposición y juicio, es pregunta y respuesta. En este portal se puede encontrar un texto mío relativo a la influencia de la historiografía germánica en España en el decenio de 1990 en el que se presta atención a Gadamer.

[32] Aunque ofrezca sólo una aproximación orientativa, la aplicación de la herramienta analítica “Ngram Viewer” (de Google Books) al corpus de obras digitalizadas hasta 2008, permite ver que, en los textos en inglés, la frecuencia relativa de Environmental History sube exponencialmente en el decenio de 1990. Análogamente lo hace, en el caso de textos en alemán, la palabra equivalente Umweltgeschichte, con una ligera antelación cronológica. En el corpus en español, la frecuencia de apariciones de “historia medioambiental” sube exponencialmente algo más tarde, a partir de 2004.

[33] V. Winiwarter había publicado en 1998 una importante introducción a la historia medioambiental. El título escogido de ese gran tema para Sydney 2005 fue “Humankind and Nature en History / Humanité et Nature dans l’Histoire”. La problemática se desglosó en: “Ecohistory: New theories and approaches”, “Natural disaster and how they have been dealt with” y “Natural Sciences, History and the image of humankind”.

[34] Juliá, José Ramón (ed.) (2000). Atlas de Historia Universal, t. II, De la Ilustración al mundo actual. Barcelona: Planeta, pp. 308-309.

[35] Wolfram Sieman (ed.) (2003). Umweltgeshichite.Themen und Perspektiven. Múnich: Beck, pp. 7-20.

[36] Así Jonas, Hans (2008 [1979]). El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.

[37] En este epígrafe reelaboro y resumo mi ponencia “El proceso hacia la globalización y el cambio de perspectiva historiográfica”, en Caspistegui, F. J. (ed.) (2012). Historia y globalización. (VIII Conversaciones Internacionales de Historia). Barañáin: Ediciones de la Universidad de Navarra, pp. 125-166.

[38] Vives, Johannes Ludovicus (ed. 1768). De disciplinis, libri XII. Nápoles. Accesible on-line en http://vivaldi.gva.es (Biblioteca Valenciana Digital, Generalitat Valenciana).

Bodin, Jean (ed. 1941). La méthode de l’histoire. París/Argel: Belles-Letres.

[39] Bentley, Jerry H. (2000). “Cultural Encounters between the Continents over the Centuries”, en 19th International Congress of Historical Sciences. Proceedings / Actes. Oslo: University of Oslo, 2000, pp. 29-43.

[40] Davis, N. Z. (2000). “Discussant’s comment”, A. Jolstad and M. Lunde, International Commitee of Historical Sciences, en 19th International Congress of Historical Sciences. Proceedings / Actes. Oslo: University of Oslo.

[41] Así la Network of World and Global History Organization (NOWGHTO) y la aparición del Journal of Global History en 2006.

[42 Orientalism ha sido un reto para publicaciones con el título de Occidentalism. Así, la obra de Buruma, Ian y Margalit, Avishai (2004). Occidentalism. The West in the Eyes of Its Enemies. Nueva York: Penguin.

[43] Iggers, Georg; Wang, Q. Edward (2008). A Global History…, pp. 284-290. El interés que el proyecto de Guha ha despertado en América Latina se percibe en la obra del historiador mexicano Guillermo Zermeño (2004). La cultura moderna de la historia. Una aproximación teórica e historiográfica. México D. F.: El Colegio de México, pp.120-128.

[44] Shigeru, Akita (2009). “What to expect from a Dictionary of Transnational History from a Global Economic History Perspective?”. (http://www.transnationalhistory.com).

[45] Galli, Carlo (2010). La humanidad multicultural. Buenos Aires-Madrid: Katz Editores.

[46] Osterhammel, Jürgen (2018). El vuelo del águila. Barcelona: Crítica.

[47] Fórum digital Geschichte. Transnational.  ( http://geschichte-transnatioanl.clio-online.net )