La práctica de la historia en el siglo XIX

La práctica de la Historia en el siglo XIX

La Historia en las Cátedras: su profesionalización y conversión en disciplina

Se ha dicho que el siglo XIX fue el siglo de la Historia (1). Ciertamente en pocas épocas como en esa tuvo la Historia un reconocimiento social tan elevado. Dos testimonios de este, entre los muchos posibles, son la autoridad moral e incluso la influencia políticocultural de F. Guizot, antes de 1848, y la concesión del premio Nobel de Literatura de 1902 al gran historiador alemán de la República Romana Theodor Mommsen.

Desde el punto de vista de la praxis, es en el siglo XIX cuando surge la figura del historiador profesional, que recibe una preparación específica (estudio de lenguas, metodología de la crítica de fuentes, Paleografía y demás ciencias auxiliares de la Historia) para su tarea y se dedica prioritariamente a la investigación y a la enseñanza de la Historia. Esta, como disciplina institucionalizada, nace entonces, apoyada -y tutelada- en buena medida por los estados. Creación de cátedras universitarias, inclusión en los curricula de la escuela secundaria, constitución de archivos y bibliotecas públicos, edición de grandes colecciones documentales y nacimiento de las primeras revistas históricas especializadas, son fenómenos concomitantes (2). Todos ellos se orientan en el mismo sentido de constitución de una disciplina y de institucionalización y más amplia difusión del conocimiento histórico, al compás también de los progresos de la alfabetización (3).

El trabajo de historiador deja de ser una tarea secundaria, derivada y habitualmente tardía de hombres cultos y/o de políticos retirados. A ella consagran todas sus energías e ilusiones ahora también espíritus jóvenes y entusiasmados como el Jules Michelet que se nos proyecta retrospectivamente en los espléndidos prefacio y postfacio de 1869 a su gran Historia de Francia. He aquí un breve fragmento revelador: «Más complicado todavía, más angustioso, era mi problemática histórica planteada como resurrección de la vida en su integridad, no en sus apariencias sino en sus organismos internos y profundos. Ningún hombre sensato lo habría soñado. Por suerte, yo no lo era».

Estudiar la genealogía de los diferentes estados naciones del mundo europeo-occidental y celebrar la expansión victoriosa de esta civilización -la civilización- son los dos grandes cometidos temáticos que subyacen en gran parte de la actividad historiográfica institucionalizada. En ese siglo cientificista y de apogeo de Europa, la confianza, derivada de la ideología ilustrada, en una evolución positiva y discernible de la Historia es rara vez cuestionada; como no sea por alguna Consideración inoportuna a contracorriente.

Por otra parte, en el siglo XIX avanza considerablemente la especialización en los estudios históricos y la teoría de la Historia comienza ya a decantarse en obras como la Historik de J. G. Droysen (1887) (4), y a fines de siglo en Dilthey, que retoma a Vico.

(1) «Notre siècle est le siècle de l’histoire», afirmaba G. Monod en 1876 en el primer número de la Revue historique. Ch.-O. Carbonell recoge este y otros testimonios en ese sentido en su pequeño gran libro (1981) L’historiographie. Paris: PUF, p. 84.

(2) Algunas precisiones y datos sobre este proceso pueden encontrarse, además de en la obra anterior, en Iggers, Georg G. (1995). La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales. Barcelona: Editorial Labor, pp. 24-33. Más monográficamente, algunas de las grandes revistas históricas del siglo XIX, como American Historical Review, la Revue historique y Rivista Storica Italiana, han sido estudiadas en Middell, Matthias, dir. (1999). Historische Zeitschriften im internationalen Vergleich, Leipzing: Akademische Verlagsanstalt.

(3) Ver “Profesionalización del saber histórico y erudición institucional” en M. Puyol y J. Andrés-Gallego, dirs. (2004). Historia de la historiografía española. Madrid: Editorial Encuentro, pp. 140-143.

(4) Disponemos de traducciones en castellano: (1983) Histórica. Barcelona: Editorial Alfa; y en catalán, (1986) Històrica. Barcelona: Edicions 62.

 

Surgimiento de nuevas interpretaciones o visiones de la Historia en cuanto evolución de la Humanidad

El siglo XIX es crucial también para la evolución de la teoría de la Historia, por cuanto en él surgen, como ya dije, algunas nuevas grandes interpretaciones o visiones de la Historia, además de afirmarse la interpretación liberal que queda ya trazada en sus líneas esenciales en la obra clásica de F. Guizot Historia de la civilización en Europa desde la caída del Imperio Romano hasta la Revolución Francesa (1828-1830). Estoy pensando ante todo, en la interpretación hegeliana, la comtiana y la marxista, que -al igual que la liberal- prolongan y desarrollan, por vías diferentes, el racionalismo y el optimismo ilustrados.

La paradigmática interpretación hegeliana, una de las cuatro prototípicas analizadas en la lúcida síntesis de J. Ferrater Mora (5), es una grandiosa y sobrecogedora visión idealista y teleológica según la cual la Historia es ante todo la progresiva autoconciencia del Espíritu universal (el Weltgeist). Este Espíritu universal de los pueblos y de los individuos se sirve de ellos para sus propios fines mediante ardides, como una especie de Providencia inmanente. La interpretación dialéctica hegeliana, que tendrá una gran influencia y conecta con el Liberalismo en algún sentido en cuanto que la Historia es realización de valores, se distancia de él por su propensión estatista. En la lectura hegeliana de la Historia, la libertad individual queda bastante diluida ante el Estado.

El teleologismo de Hegel es compartido por la interpretación que hace de la Historia Comte, el padre de la Sociología y del Positivismo cientificista (6). La doctrina de Comte de los tres estadios en la evolución de la Humanidad (teológico, metafísico y positivo o científico) es célebre. Y tanto esta como su divisa políticosocial de orden y progreso influirían notablemente en el clima cultural de su tiempo, especialmente, pero no sólo, en Francia bajo el Segundo Imperio.

De hecho, la influencia de Comte en la práctica historiográfica posterior puede considerarse ambigua. Por una parte, los historiadores podían encontrar en él un alegato en favor de la importancia de obtener datos fiables. En ese sentido se tilda -o se tildaba- por parte de algunos a ciertos historiadores de “positivistas” porque permanecían muy pegados a los “datos” empíricos. (Algunos textos de Fustel de Coulanges sobre el aferramiento a los textos podrían aducirse en ese sentido). Por otra parte, sin embargo, Comte reivindicaba para la Sociología el protagonismo y la hegemonía sobre la Historia. Sólo la Sociología podía aspirar a descubrir las leyes que rigen la evolución de la Humanidad -se presuponía que la evolución seguida por Occidente era la que recorrerían después otras áreas culturales-, a partir de las informaciones, de los hechos suministrados por la Historia. Por tanto, Comte favorecía en cierto sentido el diálogo de la Historia con la Sociología, pero más bien el sometimiento de aquella a esta.

Marx (1818-1883) se ubica en la estela teleológica y dialéctica de Hegel y comparte, como la mayoría de sus coetáneos, el Cientificismo de Comte. Pero Marx se nutre también de la atmósfera revolucionaria, favorecida por las duras condiciones de vida del proletariado en la primera industrialización. Marx alumbrará una interpretación de la Historia acentuadamente materialista que es a la vez un gran proyecto radicalmente revolucionario, basado en la lucha de clases, no exento de mesianismo o de utopismo (7). Es cierto que, como afirma Kolakowski, no hay una sola afirmación sobre el Marxismo que no sea polémica. He aludido ahora a su discutida e influyente propuesta porque, aunque como corriente o tendencia historiográfica el Marxismo (o más bien los marxismos) haya que ubicarlos, por su difusión e influencia, ante todo en el siglo XX, el contexto histórico-cultural en el que surge y se explica la visión de la Historia de Marx es el siglo XIX.

 

(5) Ferrater Mora, José (1982). Cuatro visiones de la historia universal. San Agustín, Vico, Voltaire, Hegel. Madrid: Alianza Editorial.

(6) Comte, A. (1830-1852). Curso de filosofía positivista, 6 vols. A partir de la lección 47 Comte habla de sociología y/o física social y la define en la obra como «el estudio positivo del conjunto de leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales».

(7) Marx, Karl H. (1987). El capital, vol. 1.

 

Dr. Fernando Sánchez-Marcos (2009)

(Catedrático emérito de Historia Moderna de la Universitat de Barcelona. Fundador y Director del portal web http://culturahistorica.org).