Ágora

Ágora

(Alejandro Amenábar, 2009)

Por José María Caparrós (1943-2018). Fue Catedrático de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona y Fundador del Centre d’Investigacions Film-Història. 11/X/2009.

Alejandría, siglos IV-V d. C. Narra la tragedia de Hipatia, hija de Teón –director de la famosa Biblioteca–, una célebre matemática y astrónoma, que dedicó su existencia a la Filosofía. Entregada por entero a la ciencia –había renunciado a casarse– vivió en una época convulsa, cuando el Imperio Romano anunciaba su estertor y la religión pagana daba signos de decadencia. El Cristianismo ya no sufría la persecución de antaño, pero en su pujanza se enfrentaba con la religión judía y con los ateos y las nacientes herejías. En ese ambiente conflictivo, la escuela de Hipatia de Alejandría tenía estudiantes cristianos y no cristianos, que después formarían buena parte de la elite de esa esplendorosa ciudad del Antiguo Egipto. Pero en marzo del año 415, un grupo de fanáticos –que antes había destruido la Biblioteca de Alejandría y echado a los judíos de la ciudad, con la venia del Emperador romano– asesinó a la filósofa pagana.

Con una gran expectación y enorme publicidad –a su estreno asistiría casi en pleno el Gobierno socialista– se presentó la hasta entonces película más cara del cine español (50 millones de euros), rodada en la isla de Malta. Meses antes se exhibió en el Festival de Cannes, fuera de concurso, y allí fue recibida con cierta frialdad y polémica en Francia, lo que obligó a Alejandro Amenábar a cambiar su montaje.

Pienso que el máximo error de Amenábar es no haber ido a las fuentes originales, pese a los asesores históricos con que contó (entre ellos, el especialista Carlos García Gual). La crítica afirmó que “el argumento estaba basado en uno de los peores materiales sobre Hipatia, el del divulgador de la ciencia Carl Sagan”. Además, la filósofa no murió a los 45 años –como aparece en el film–, sino hacia los 60, cuando un grupo liderado por un tal Pedro saqueó su carruaje y la arrastró hasta la iglesia de Cesarión, donde mataron a Hipatia con fragmentos de cerámica y después quemaron sus restos en las afueras de la ciudad. En la película, es su antiguo esclavo, Davo –un personaje inventado, enamorado de ella–, quien la asfixia, para evitarle el sufrimiento, y la entrega desnuda al vulgo.

Además, Carl Sagan presenta a Hipatia enfrentada al cristianismo. En realidad, ella no era cristiana, pero como neoplatónica y pitagórica fue partidaria de la convivencia entre religiones y las culturas propias del mundo bizantino. Lo que se sabe de Hipatia –pues no se conserva su obra– es por los escritos de sus discípulos, sobre todo por el epistolario de Sinesio de Cirene, que fue obispo de Ptolemaida c. 409-410. Además, el prefecto de la ciudad, Orestes –quien también la había pretendido–, representante de la autoridad imperial y que le dio soporte, estaba enfrentado con el obispo de Alejandría, Cirilo (después santo y doctor de la Iglesia, como rezan los letreros finales, e impulsor del Concilio de Éfeso), en unos tiempos en que aún no había la separación entre Iglesia y Estado; y las relaciones entre Ciencia y Religión estaban no sólo en conflicto, sino llenas de prejuicios por ambos lados.

De ahí que se eche de menos una contextualización histórica más rigurosa, al tiempo que se evidencia la influencia del laicismo contemporáneo; ya que la película incurre en tópicos maniqueos –los paganos aparecen de blanco, iluminados; mientras los cristianos de negro, como energúmenos– y abunda en una lectura crítica demasiado actual: el mismo Amenábar declararía en la rueda de prensa en Cannes’09 que Ágora no es una película anticristiana, que su “condena es de todos los fundamentalismos”. Y ante la prensa especializada española, manifestó poco después: “Ningún católico de hoy debería sentirse ofendido; solo deberían sentirse apelados los fundamentalistas que han estado poniendo bombas este verano (2009). Sirve para un terrorista islámico, para un terrorista de ETA, para cualquiera que lo practique. Ágora es, en muchos sentidos, una historia del pasado sobre lo que está pasando ahora, un espejo para que el público mire y observe desde la distancia del tiempo y del espacio, y descubra, sorprendentemente, que el mundo no ha cambiado tanto.”

Con todo, no todos han visto igual su voluntad de expresión. El crítico José María Aresté ofrece el siguiente juicio de valor: “El director, dentro de su opción de cine comercial con contenido, sigue su línea de cuestionamiento del cristianismo, iniciado en Los Otros con suavidad, y continuada de modo más agresivo en Mar adentro. Aquí recupera las formas suaves, su forma de tratar la compleja situación del cristianismo del siglo IV en Alejandría podría describirse como “mano de hierro con guante de terciopelo”. De modo que alude a lo que puede resultar atractivo en la fe –Cristo y sus bienaventuranzas, la caridad con los necesitados, el perdón…–, pero poniendo el foco sobre todo en lo que puede generar fanatismo violento y lucha por el poder. En tal sentido queda especialmente mal parado el santo Cirilo de Alejandría. Pero también son cuestionables Orestes, con su cristianismo pragmático y cínico, y el obispo Sinesio, que invita a Hipatia a bautizarse porque ella ya en el fondo era cristiana, aunque no crea. Por contraste, la inmaculada ciencia parece la solución a todos los problemas, la única capaz de dar acceso a la verdad. En tal sentido, se obvian las manipulaciones que pueden hacerse en nombre de ella”. (Cfr. www.decine21.com).

Lo que no se puede negar al film es su calidad formal: Alejandro Amenábar sabe hacer cine de veras. Su brillante diseño de producción, la dirección artística –apenas se notan los efectos digitales; parecen decorados reales–, las tomas cenitales, una conseguida dirección de la 2ª unidad a cargo del coguionista Mateo Gil, las perspectivas planetarias, la banda sonora, el vestuario, esas lecciones cosmológicas que avanzaron a Kepler, la interpretación… Todo resulta excelente. Estamos ante un realizador que puede competir en los Oscar de Hollywood con este ambicioso y espectacular peplum en inglés.

Ahora bien, Amenábar está teniendo muchos problemas para distribuir su filme en Estados Unidos, precisamente por el carácter anticristiano que se le atribuye. Así, el influyente semanario Variety escribió con motivo de su presentación en el Festival de Cannes (mayo de 2009): “Esta elaborada producción española en lengua inglesa es consistentemente espectacular y posee el suficiente conflicto y acción para hacerla remarcable, pero una cierta carencia de peso de estilo y de pulso emocional podría traerle problemas para su aceptación entre una audiencia masiva en Estados Unidos”.

Veremos si, finalmente, Ágora logra amortizar su coste, y cuál es la respuesta del público aquí y allende las fronteras y la acogida de la Academia de la vieja Meca del Cine. Pero los premios “Goya” de la Academia Española los tiene seguros.